Cuando estaba en el bachillerato (específicamente en
el Tercer año), en aquel colegio “San Luis Rey”, nos llego un nuevo profesor de
Física, en la mitad del segundo lapso. Era un hombre robusto, calvo y siempre
usaba corbata; antes de entrar al salón de clases, tenía el aspecto de un
Hombre solitario, una especie de nerd atormentado por su propio intelecto,
siempre sacaba de su maletín viejos libros y periódicos. Era un personaje nuevo
para nosotros, su imagen la asumíamos como
esas piezas extrañas que se encuentran en los museos, pero que resultan
ser las más atractiva y fascinante para el público.
Aquel
Profesor de Física, cuando entraba al salón de Clases, parecía ser otra
persona, hablaba sin parar, nos contaba miles de anécdotas referente a sus años
como estudiante y profesor universitario, nos contaba chistes, nos habla de
cine, nos recitaba poemas antiguos, nos
relata sus viajes por otro países y nos Habla de Física: la angustia de Albert
Einstein, las leyes básicas que gobiernan el universo estudiadas por Stephen
Hawking, el juicio contra Galileo Galilei por herejía, el “Cogito ergo Sum”
“Pienso luego existo” del obsesivo René Descartes y otros hechos históricos de la Física. Tenía
una capacidad extraordinaria de narrar historias, acompañadas de perfectos
sonidos y exagerados gestos. Pero de vez en cuando los fantasmas personales del Profesor salían a
relucir en el medio de la pizarra y de interminables horas sentado en un
oxidado pupitre, sin duda era un adulto, un Hombre atormentado ¿y nosotros? adolescentes
preocupados por el Beisbol o por Los Capítulos de Dragon Ball Z (Goku salvo al
mundo) o los juegos maratónicos de Súper campeones.
Un día
aquel Profesor nos confesó que su Esposa
sufría de un terrible Cáncer, y estaba en la etapa de quimioterapia,
como consecuencia de dicho tratamiento perdió su cabello, por lo cual El
Profesor junto a sus hijos decidieron también cortarse el cabello. Recuerdo que
llegue aquel día a mi casa, totalmente conmovido por dicha confesión, le cuento
a mi madre la Historia y ella con una calma y serenidad
impresionante me dijo: “Lo que hizo tu Profesor, solo tiene un nombre: Una
Noble Solidaridad”.
Emilio Pino Salinas.
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